Los Grandes Olvidados

Su nombre, Ahmed Mahmud Abdullah, nació en un pequeño pueblo de Palestina, ahora dentro de la línea verde, meses antes de que su familia fuera asesinada por fuego enemigo, durante su huída a “tierra de nadie”. Una lápida estuvo abierta para él, junto a sus hermanos, la fortuna jugó de su lado y se salvó de ser enterrado vivo, sólo él y su madre sobrevivieron. Ahora tiene 57 años y es uno de millones de refugiados Palestinos que dejaron su casa, sus recuerdos y su vida para repartirse entre los cientos de campos de Cisjordania, Jordania, Líbano y Siria.
Muchos son los olvidados, los desterrados y los desaparecidos, gente sin nombre, sin recuerdos, sin sueños y lo que es peor; sin esperanza. Más de 700.000 palestinos abandonaron su pueblo, su tierra, tras la guerra de 1948; un año después la gran mayoría seguía viviendo en cuevas.

En 1949 empezaron a entregarse las primeras tiendas de tela, para Ahmed, éste era su hogar, el único que había conocido. Para su madre significaba la injusticia del hogar robado, del desprecio hacia un pueblo, hacía una cultura. Representaba, como para muchos palestinos, el inicio de un odio que sigue vivo. Años después, gracias a la ayuda de la asociación UNRWA se entregan las primeras “casas”; habitaciones de 9 m2 con baño comunitario.
En 1967 se produjo un segundo éxodo. Más de 190000 palestinos huyeron de Gaza a Jordania, 16000 se unieron a los más de 100000 que huían a los Altos del Golán.
“Perdí algunos amigos, otros huyeron y muchos desaparecieron”, así lo recuerda Ahmed, un niño que no comprendía, que no tenía el sentimiento de desheredado, que no tenía odio. Era uno de los miles de niños que fue víctima de una tragedia para la que no había motivos, y para la que aún hoy, sigue sin haberlos.

La segunda intifada fue mucho más cruel que la primera, en la segunda hubo bombardeos sobre viviendas (sobre las pocas que había). “Con esta intifada se perdieron los sueños y la esperanza de poder recuperar el hogar algún día” afirma Tulip, hija de un refugiado palestino que huyó de su casa hacía ninguna parte, acabando en Siria: “Mi abuelo, que era militar del ejército Otomano, llegó a casa y le dijo a mi abuelita y a mi papa que había que huir rápido, había que salir de su casa porque los judíos iban a llegar, bombardear y violar a las mujeres, corriendo escaparon de una ciudad a otra en carroza y tomaron el mar”.

Ella no vivió la Segunda Guerra Mundial, no conoció el sentimiento de culpabilidad en el mundo occidental tras el Holocausto Nazi y tampoco puede entender el movimiento sionista. Es musulmana y ama su tierra, la tierra que su familia dejó, la tierra por la que sus compatriotas llevan años luchando en un enfrentamiento desigual, por la que muchos han muerto y por la que quedan muchos por morir. “Soy musulmana y los musulmanes tenemos un sentimiento muy fuerte hacia nuestra tierra, un sentimiento que no pudo, ni puede entender el mundo occidental, un sentimiento que hará que no dejemos de luchar para volver a unir una tierra fragmentada, una tierra ocupada”.

Palestina era una región musulmana, bajo el mandato del Imperio Otomano que tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial queda en manos de Francia y Gran Bretaña. Debido a la presión del Movimiento Sionista, que reclama la recuperación de la “Tierra Prometida” y al apoyo que Estados Unidos da a este movimiento, el 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de Naciones Unidas determina la partición que Palestina en dos estados. Muchos palestinos e incluso judíos que vivían en la región y que comprendía y respetaban al pueblo palestino, se ven obligados a dejar sus casas para iniciar un viaje sin retorno. 

Palestina queda dividida y empieza la primera guerra árabe-israelí, en la que Israel, gracias al armamento enviado por Estados Unidos y Francia, consigue hacerse con el 78% de Palestina, dejándola atomizada; más de un millón de palestinos son obligados a marcharse por la amenaza de los grupos ultra ortodoxos y fascistas del movimiento sionista. “Este conflicto no va acabar hasta que Israel devuelva a los palestinos su tierra, luchamos por lo que era y sigue siendo nuestro. No odiamos a los judíos, podríamos vivir todos en paz, pero no toleramos a los sionistas”, rotundamente Rafael, hijo de refugiados, que habita en Gaza, centro del conflicto, y cuya familia ha sufrido y sigue sufriendo los constantes bombardeos, pronostica la imposibilidad de paz, la imposibilidad de que termine una guerra de piedras contra balas. 

Israel quiso construir un estado, juntar a todos los judíos de mundo, una lucha que empieza en 1896, un sueño que ha llevado a un enfrentamiento innecesario y desigual. “Los judíos viven igual que los musulmanes, celebran las fiestas, aman a Dios... tanta diferencia, para nada, no hay diferencia entre regiones; como musulmanes debemos respetar a los judío así como a los cristianos “afirma Tulip, que no encuentra motivos para que se iniciara el enfrentamiento, que considera innecesaria la usurpación de tierra y ve posibilidad en la convivencia. Esta opinión no es compartida por Rafael “Vivir el conflicto, lo bombardeos constantes y ver sufrir día a día a tu familia te hace darte cuenta de que la convivencia es imposible, los judíos no toleran a los musulmanes, no nos respetan ni como religión ni como pueblo”.

Israel ha cometido miles de masacres en Palestina, controla mucho dinero y tiene el poder dentro y fuera del estado, de hecho, como afirma Tulip: “ni Obama ni Hilary habrían logrado ganar las elecciones sin el apoyo del mayor organismo sionista de Estados Unidos, Israel controla el mundo y el mundo no apoya a Palestina”.
Todos son rostros, historias, vidas, culturas, todos tienen algo en común; su amor por su tierra, por una tierra que se les ha arrebatado, todos son víctimas de un conflicto que podría haberse evitado, todos son los grandes olvidados. Son un pueblo que no interesa, poco tienen que ofrecer. Los que un día fueron víctimas del odio por el odio, de una exterminación sin precedentes, se han convertido en los verdugos.

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